viernes, 17 de julio de 2009

CONTROL



¿Por qué la música popular es considerada, y por tanto tratada, como un hermano imbécil en la familia del arte? Es este un debate muy complejo apoyado en cuestiones que no solamente atañen, desde mi punto de vista, a niveles creativos, y a la validez de éstos frente a otras disciplinas mejor posicionadas culturalmente y que, quizás, podrían necesitar de una mayor preparación previa. Más allá de esto, es necesario plantear cuestiones que tienen mucho que ver con el transcurso de la vida de todos nosotros.

Y este es, precisamente, el motivo por el que recomendaría el visionado de Control, el biopic de Anton Corbijn sobre Ian Curtis (vocalista y factótum de Joy Division, recién editado en DVD), un personaje muy válido como vehículo para reflexionar sobre la sensibilidad de los artistas, su oficio, sus ambiciones y los problemas que la vida puede plantearles, como a cualquiera.



El oficio de Corbijn es la fotografía, y por tanto está acostumbrado a la dificultad que entraña extraer vida de un momento muy concreto, difícil de capturar y congelar en una diapositiva. Quizás por eso ha conseguido que la asepsia estética no haya devorado al filme, en ocasiones muy vivo a pesar de la contención narrativa. Quizás por eso ha conseguido armar, en torno a un Sam Riley estupendo en el papel protagonista, un andamiaje callado que convierte a Ian Curtis en un francotirador emocional, y nos sitúa en el momento clave de la historia (el suicidio de Curtis, a los veintitrés años, justo a punto de acariciar el éxito) con un punto de vista mucho más abierto que el que presenta Deborah Curtis, la mujer del cantante, en la biografía que Corbijn ha manejado como base documental (Touching from a distance). Sin duda, es comprensible la dificultad de tener una visión panorámica cuando has sido parte activa y perjudicada (Curtis era un padre infiel e inestable, enfermo epiléptico, que eludía responsabilidades constantemente y vivía puertas afuera como una extraña estrella del rock), pero la radiografía emocional de cualquiera no puede reducirse a la perspectiva de uno de los actores de su vida. Somos muchísimo más complejos, por desgracia.

Es interesante, en este sentido, enfrentar la película al documental Joy Division, de Grant Gee, premiado en el festival In-Edit 2008 (del mismo modo que "Control" lo fue en 2009) y en el que, de nuevo, Ian Curtis es protagonista absoluto. Importante para valorar el papel de Sam Riley y el trabajo de Anton Corbijn como retratista de Curtis, avalado por los testimonios de cada uno de los protagonistas reales de la historia (excepto Deborah, presente sólo a través de algunas menciones a su biografía), que se reconocen en los actores que les encarnan.



Lástima que Control abarque solamente la última adolescencia y primera juventud de Curtis. En este sentido es un biopic al uso, nada ambicioso a la hora de buscar anclajes históricos más allá de algunos referentes musicales y una buena ambientación. Se echa de menos un poco de profundidad que ayude a contextualizar al personaje, un poco de visión panorámica que convierta la cinta en un producto más completo. Frente a eso, la capacidad de hacer reflexionar sobre la fugacidad de la vida, sobre la necesidad que tenemos de comprendernos y exponernos constantemente, sobre la obsesión, sobre la angustia, sobre la presencia y la cercanía de la muerte. No es poco, la verdad.

PD: Por supuesto recomiendo, a quien no lo haya hecho ya, que se adentre en el sonido de Joy Division y todo lo que supuso; y todo lo que vino después pivotando sobre Tony Wilson (Factory Records, la formación a la muerte de Curtis de New Order, The Haçienda, el sonido y la escena Madchester, etc...)

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