
Hace unas semanas estaba metido en una conversación sobre arte y artistas. En un momento determinado, el debate se centró en la famosa y controvertida cúpula creada por Miquel Barceló en el Palacio de las Naciones de Ginebra y fue derivando, poco a poco, hacia modos de arte, conductas y valía de algunos artistas, siempre plásticos.
Una de las influencias claras de Barceló es Antoni Tàpies, que también se asomó a la conversación a pesar de su avanzada edad y su cabalgante ceguera, que no le impiden acudir día tras día a su taller, a seguir trazando una trayectoria que parece infinita. Vino de la mano del cotidiano argumento que dice que cualquiera puede hacer lo que él lleva haciendo toda su vida. Y ese mismo argumento vale también para la cúpula de Barceló, por lo visto. No lo comparto.
Soy de los que opina que cualquier artista que pretenda convertir en sustento su genio, ha de convertirlo por fuerza en oficio. Es más, sostengo que el oficio debe importarle más que su propio genio, porque esta es la única forma que reconozco de desarrollo creativo. Al menos la única incontestable. El genio debería ser el punto de partida, nada más.
En la era de la información absoluta, en la que todo el primer mundo está conectado por hilos invisibles y tensos (absolutos), y en el que todo viaje se ha convertido en turismo, lo más difícil es encontrar un poco de orgullo local. Y este es otro rasgo que encuentro importante en un creador: el carácter, la personalidad, la intención de fabricar algo propio de forma natural.
Muchas veces me han dicho que no hay que perder de vista la ambición; y me han recriminado el hecho de adolecer de ella. No me parece en absoluto mal que cada quién ambicione lo más elevado, la mayor repercusión para su trabajo; lo que no me gusta es que la gloria sea el único objetivo, a cualquier precio y mediante cualquier procedimiento. Prefiero el riesgo y la justicia, la verdad.
Me parece importante aplicar tratamientos de análisis desnudos de tópicos para juzgar a los creadores y, en la medida de lo posible, evitar caer en las trampas que nos tiende el gran mercado en el que vivimos sumergidos. A mí me resulta muy difícil establecer un punto de corte que me ayude a decidir qué es decente y qué no, pecuniariamente hablando, y enmarcarlo dentro del gran bazar. Así que hace tiempo decidí obviar algunos aspectos contaminantes, y juzgar las obras y las carreras atendiendo a los valores de los que antes hablaba. Haciéndolo de esta manera, encuentro que Barceló me ofrece algo muy cercano a lo que pido (aunque estéticamente hay muchísimos creadores que me producen mayor placer) y, por ello, me sitúo en el bando de los que aprueban su cúpula. Por ello y por reflexiones como esta, antigua ya, en la que también puede verse su genio:
"El caso es que todavía es posible imaginar un mundo de campesinos sin señores. Jamás, sin embargo, fue posible imaginar un mundo de señores sin campesinos. Desde siempre se sabe, pues, quien sobra"
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