
Hace prácticamente unas horas me he visto en la necesidad de contar (rápidamente) mi vida artística, y me ha costado mucho trabajo explicar mi adscripción vehemente a la forma sincera en que Marcel Duchamp veía su relación con éste, con el arte, a alguien que no conoce a Duchamp. Yo, evidentemente, nunca he jugado al ajedrez con Eve Babitz, ni podría recordar una sola idea que haya tenido y que merezca la pena capturar; pero también creo (sinceramente) que siempre será mejor errar por defecto y no por exceso.
Ha sido en una mañana de resaca, durante un improvisado desayuno sobre el que planeaba la extraña sombra del desconcierto. Resumir tanto y sin poder agarrarme a nada me hizo creer que esta sería una buena idea: tener un escenario desde el que explicarme sin demasiada publicidad añadida, pero también sin ninguna prisa y sin acotaciones. Una pedantería como la copa de un pino, vaya. Ya veremos cómo acaba. De momento aquí estamos. Así que bienvenidos, amigos, les regalo este primer escalofrío.
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